La infancia y la adolescencia se han entendido tradicionalmente, en las sociedades occidentales,
como un conjunto de representaciones sociales basadas en creencias, estereotipos e ideas compartidas por la comunidad. Desde la concepción, arraigada en el concepto de patria potestad del derecho romano, que considera a hijas e hijos como propiedad de sus madres y/o padres, pasando por su etimología donde el término infancia procede del latín “infálere” significa “el que no tiene habla”, “el que no tiene voz” refuerza esta idea de dependencia, de falta de autonomía.
Hoy en día la consideración más contemporánea les percibe como seres más autónomos e independientes.
Desde la sociología se han buscado las bases filosóficas y los procesos por los que se construye la noción de “ser humano” , ¿quiénes son “más seres humanos?”.
La visión más extendida de la infancia y la adolescencia en la sociedad occidental es la que define a niñas, niños y adolescentes como aquel ser humano menor de 18 años,
y es tenido en cuenta como consumidora y consumidor del hoy
y productor del mañana.
En este contexto argumental es en el que, desde el PIIAT,
se entiende a niñas, niños y adolescentes como protagonistas de la comunidad, más allá de ser sujetos de protección, son agentes de promoción, de regulación y de supervisión de sus propios derechos.
En las sociedades occidentales a pesar del especial protagonismo de la infancia y la adolescencia en la comunidad, este protagonismo es limitado, tanto en lo que
respecta a la política, como a la toma de decisiones.
Los niños y niñas, adolescentes y jóvenes son parte irremplazables de las sociedades futuras. Sin embargo,
la cultura democrática predominante en occidente, y especialmente en España, ha prescindido de aquéllos y aquéllas para la proyección y construcción de su presente y
su futuro.
Los acelerados y sucesivos cambios socioeconómicos, culturales y sobre todo, ambientales, hacen más necesario que nunca que desde las instituciones se incorpore a la infancia, la juventud y sus criterios a decisiones trascendentales para sus vidas adultas, a la vez que se promocionen modelos organizativos que les permita afrontar los grandes retos a los que tendrán que enfrentarse en pocos años.
Como dice Benedetti, en Memoria y Esperanza, un Mensaje a los Jóvenes (2004):
«...Tengo la impresión de que en este presente implacable y descastado, al mundo le duele la juventud y a la juventud le duele el mundo (...) No obstante, la juventud aguarda un gesto, una rendija de esperanza. Aunque se aturda (...) espera a ser atendida y ayudada a sobrevivir. Y los prójimos de todas las edades deberían comprender que en la salvación de la juventud reside el secreto de su propia salvación...»